viernes, 26 de febrero de 2016

“Para analizar la ciencia española de los años de la Dictadura, poner el acento en los que se fueron es un reduccionismo injusto y poco objetivo”

José Ibáñez Martín y la ciencia española / A.F.

  • Entrevista con Alfonso V. Carrascosa y Esther Rodríguez Fraile, coautores junto con Justo Formentín Ibañez del libro "José Ibáñez Martín y la ciencia española: el Consejo Superior de Investigaciones Científicas".

Los beneficios que ha aportado el CSIC a la sociedad española desde el 1939 se deben al trabajo abnegado de muchas personas. Entre ellas, es justo destacar el realizado por Ibáñez Martín, que fue su Presidente durante 29 años, y el de su colaborador, José Mª Albareda, que fue el Secretario General, hasta su fallecimiento en 1966. Este libro, que se edita sin apoyo estatal alguno, pretende ofrecer una visión general del compromiso con la ciencia española de José Ibáñez Martín, cuya figura despierta cada vez mayor atención.



P. ¿Quién fue José Ibáñez Martín y por qué es necesario reivindicar su figura hoy?

R. Jose Ibáñez Martín fue un político conservador, miembro de la asociación Católica Nacional de Propagandistas (ACNDP), actual ACDP, que sirvió a España desde la política durante el Gobierno de Primo de Rivera, la IIª República y el Gobierno de Franco. Es necesario reivindicar su figura porque impulsó el desarrollo educativo y científico español de manera determinante. José Ibáñez Martín sustituyó a Pedro Sainz Rodríguez en la cartera de Educación al terminar la Guerra Civil Española. Durante doce años, que coincidieron con los más duros de la postguerra debido a la autarquía y al aislamiento internacional, Ibáñez Martín contribuyó a crear un sistema educativo y científico que diera estabilidad y respondiera a las necesidades políticas y sociales de España. Justo Formentín Ibáñez (1932-2012) era sobrino suyo, lo que unido a su acceso directo al archivo de Ibáñez Martín por gentileza de su familia, nos ha permitido aportar en el texto muchos aspectos inéditos de su vida, que sin duda no agotan la biografía del personaje.



P. ¿Cómo combinó su compromiso intelectual con la colaboración con el Gobierno de Franco?

R. Haciendo uso de su experiencia política previa, de su inteligencia y de su gran sentido común. En primer lugar, Ibáñez Martín coincidía plenamente con aspectos básicos de una buena parte de la población española y del nuevo contexto político tales como el ser conservador, su catolicismo y su anticomunismo. Por otro lado, su trabajo al frente del Ministerio de Educación se centró en restablecer las devastadas estructuras educativas tras tres años de guerra y de los cinco de República, con sus controvertidas leyes de educación. Era difícil que su trabajo le enfrentase con el nuevo gobierno ya que se dedicó a reconstruir escuelas, escolarizar niños y niñas y reorganizar los estudios universitarios tras las bajas de los caídos en la guerra y los exiliados y depurados. Poner a la firma de un militar Jefe de Estado el decreto fundacional del CSIC inmediatamente después de finalizada la contienda fue crucial para la supervivencia de la actividad científica española. Eso hizo Ibáñez Martín.



P. ¿Qué papel tuvo en la creación del CSIC?

R. Ibañez Martín tuvo un papel fundamental en la creación del CSIC, que se comenzó a preparar durante el último año de la Guerra Civil, siendo ministro Pedro Sainz Rodríguez. Él y José María Albareda, ambos experimentados catedráticos de instituto, formaron parte de la Comisión de Cultura y Enseñanza creada por Ley de dos de octubre de 1936, y de sus conversaciones sobre el futuro de la ciencia española surgió el proyecto del CSIC. Sin la experiencia política de Ibáñez Martín, su conocimiento de las leyes como abogado, y su amplio bagaje en humanidades, el CSIC no habría existido. La experiencia directa en investigación científica de Albareda y su profundo conocimiento tanto de instituciones internacionales de investigación como de ciencias experimentales fue el complemento idóneo para tan delicada empresa. Las gestiones de Ibáñez Martín ya como ministro y presidente fundador del CSIC para obtener fondos, etc., fueron las que sacaron adelante de facto a la institución.



P. ¿Qué se pretendía con la creación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas en aquel momento?

R. Con la creación del CSIC se pretendía fundamentalmente que España continuase su actividad científica al más alto nivel. El propio Ibáñez Martín reconocía que no se partía de cero, destacando él mismo el papel de los inmediatos antecesores del CSIC: la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas y la Fundación Nacional de Investigaciones Científicas y Ensayos de Reformas, de corta vida y dedicada a las aplicaciones de la ciencia. La idea de la ciencia al servicio de progreso de la sociedad era compartida por Albareda y por el ministro. Y en la coyuntura socio-económica del país tras la guerra, se mostraba verdaderamente útil el hecho de que la industria, el campo, la medicina o la pedagogía pudiesen beneficiarse de las conclusiones de la investigación científica.



P. ¿Con qué dificultades se encontró en la creación y puesta en marcha del Consejo?

R. Las principales dificultades fueron, obviamente, las derivadas de la situación de posguerra. Pobreza y destrucción de infraestructuras eran trabas que, por otro lado (y llamativamente) no impidieron la puesta en marcha de los institutos y departamentos. Otras dificultades llegaron de la falta de personal cualificado y de prestigio, algo que se palió poco a poco con un elevado número de pensiones y la reforma del sistema educativo que impulsara el ministro. Además de los fallecidos hubo que prescindir de los exiliados y depurados, lo que dejó muy mermado el cuadro de investigadores. En otro sentido, la Segunda Guerra Mundial que empezó en el mismo 1939 y el aislamiento internacional al que las potencias antifascistas aliadas sometieron a España dificultaron (aunque tampoco impidieron) el intercambio cultural imprescindible para el enriquecimiento científico, gracias fundamentalmente a la decisión política de Ibáñez Martín de dar a conocer al mundo la actividad del CSIC a través de su Servicio de Publicaciones, de la salida de científicos a eventos académicos internacionales y de la invitación de científicos de todo el mundo a colaborar e impartir conferencias en España, como era frecuente hacer durante el primer tercio del siglo XX español.



P. ¿Cuál fue la evolución de la ciencia en España en aquel período?

R. Definiríamos la evolución de la ciencia como un proceso “lento pero seguro”. Fue constante la incorporación de mujeres a las tareas científicas. Políticamente, se reforzó la vinculación del CSIC con el Ministerio de Educación, en la persona de Ibáñez Martín, ministro y presidente, para asegurar el avance de su actividad. Desde el principio se hizo un gran esfuerzo de internacionalización, algo intrínseco en el quehacer científico. Otra característica que destacaríamos sería la coordinación, no siempre fácil, entre Universidad, CSIC y otras instituciones investigadoras. Otro aspecto que a nuestro juicio es especialmente importante fue que el desarrollo de la ciencia que impulsaba el CSIC se diese tanto en el campo de las ciencias experimentales como en el de las Humanidades y Ciencias Sociales, es decir, la multidisciplinariedad. Un rápido repaso a las Memorias del CSIC de aquellos años revela una amplísima gama de líneas de investigación: ingeniería, edafología, óptica, estudios semíticos, Historia de la Iglesia, Química, Derecho e incluso departamentos de lengua vasca y catalana. El Arbor scientiae o árbol luliano de la ciencia en todo su esplendor de ramas y frutos, por citar la imagen metafórica que usaban Albareda e Ibáñez Martín y que se convirtió en el sello del CSIC. Ambos habían demostrado con anterioridad a la fundación del CSIC ser convencidos descentralizadores, e impulsaron la fundación de institutos fuera de Madrid. Ibáñez Martín profesionalizó la investigación científica haciendo aparecer el científico profesional sin carga docente. Ya hemos comentado que se buscaron con ahínco las aplicaciones de la ciencia.



P. Una de las misiones del CSIC desde el inicio fue la publicación de obras. ¿Cuáles fueron las primeras y con qué objetivo?

R. Tan pronto como el CSIC comenzó su andadura, Ibáñez Martín impulsó su actividad editorial para dar a conocer con pruebas fehacientes, dentro y fuera de España, que la actividad científica continuaba y ni mucho menos se había parado, como se trataba de hacer creer en el exterior. Fundaría el Servicio de Publicaciones, hoy editorial CSIC que acaba de cumplir 75 años, la más importante editorial científica española. Este libro que ahora publica CEU Ediciones es tal vez la primera obra que reseña los inicios de la actividad editorial del CSIC. La publicación de obras es el colofón imprescindible para una investigación científica, ya que supone la exposición pública de los resultados del estudio e innovación científica. Por ello, para que el CSIC se presentase ante el mundo como una digna institución de investigación científica, debía comenzar enseguida la publicación de obras especializadas.

El primer paso sería aprovechar algunas revistas fundadas con anterioridad, que eran demandadas por universidades extranjeras suscritas a ellas. Seguidamente, y conforme se ponían en marcha los distintos centros e institutos del nuevo CSIC, se aprobaba la creación en ellos de publicaciones periódicas con las que dar salida a los resultados de sus estudios. De ese modo, y con cierto e inevitable aire propagandístico se procedían a enviar fuera y a abastecer las bibliotecas de las universidades españolas. Desde el principio se acometió la publicación periódica de las Memorias del CSIC, libros que constituyen para el investigador actual una importante fuente a la hora de conocer la historia de la institución.



P. ¿Cuál fue la contribución del CSIC y la ciencia, en general, a la creación de la cultura nacional del nuevo régimen?


R. La cultura del régimen de Franco, como la de cualquier estado dictatorial, tuvo una evidente función de propaganda interna y externa, algo que por cierto cualquier sistema político no dictatorial intenta hacer. El nuevo régimen se planteaba restablecer el orden después de la Guerra Civil y de los años de la II República y emprender una regeneración de todos los aspectos de la vida, ciencia incluida, que impulsase el progreso de la España “una, grande y libre”. “Libre”, sin la secular dependencia exterior también en lo científico. Si bien ese desapego de lo extranjero vino más bien impuesto por las circunstancias externas (II Guerra Mundial y posterior aislamiento) lo cierto es que la autarquía cultural también se aprovechó para magnificar las posibilidades científicas autóctonas. El desarrollo rápido, eficaz, duradero y prolífico del CSIC contribuyó a demostrar que la fuerza y capacidad intelectual y científica de España no había desaparecido tras la Guerra Civil. Se podía afirmar que, sin la dependencia exterior, se patrocinaba y gestionaba el trabajo científico en todas las áreas.



P. Como ministro de Educación tuvo que abordar cuestiones como el exilio de intelectuales o la depuración de profesores. ¿Cómo abordó estas cuestiones?

R. Las depuraciones que se llevaron a cabo durante la guerra y en su inmediata conclusión por el bando vencedor, mermaron notablemente el cuadro de profesores e investigadores en España, algunos de los cuales no obstante volvieron. Conviene puntualizar a este respecto que la primera ley de depuración del profesorado la promulgó el Gobierno Republicano, declarando desafectos al régimen a muchos intelectuales conservadores de la época. Fue un proceso inevitable para Ibáñez Martín, habida cuenta de las hondas raíces ideológicas que habían provocado la Guerra Civil y de un estado dictatorial donde contravenir una ley ponía en riesgo tu vida. El papel del nuevo Ministro no pudo paralizarlas o eliminarlas ,sino que consistió en agilizarlas para acabar cuanto antes y poder dotar a las escuelas en el menor tiempo posible de los profesores necesarios para que volvieran a la normalidad.

Queremos resaltar, en este tema, un hecho importante. Es un lugar común del post-franquismo lamentar amargamente el exilio o deportación de los científicos e intelectuales españoles dejando nuestro país en un páramo cultural. Lo primero es que se ignora que muchos de ellos se exiliaron de la España republicana por la persecución política y religiosa contra cualquiera que por uno u otro motivo se sospechase no fuera simpatizante del Frente Popular, p.ej.- Severo Ochoa, Gregorio Marañón, la Escuela de Filosofía de Madrid en pleno, etc. Si bien es cierto que las represalias franquistas alejaron del país a grandes personalidades de la cultura y de la ciencia, también es cierto que se quedó un grupo suficiente de intelectuales que pusieron en marcha el CSIC, mantuvieron la actividad universitaria y sacaron adelante la educación primaria y secundaria en todo el territorio nacional. Para analizar la ciencia española de aquellos años poner el acento en los que se fueron es un reduccionismo injusto y poco objetivo. Una firme política de pensiones en España y el extranjero, una frenética actividad de misiones pedagógicas, etc., impulsadas por Ibáñez Martín, fomentaron la elevación del nivel educativo, cultural y científico de la España de la época.

Este asunto del exilio y de las depuraciones es lo que da más valor al trabajo de Ibáñez Martín y de Albareda. Estuvieran de acuerdo o no con las depuraciones, su actitud fue la de seguir hacia adelante sin entretenerse en lamentaciones estériles, al igual que hicieran los dirigentes del desarrollo científico español durante la Dictadura de Primo de Rivera, que no se enfrentaron contra aquel autoritarismo, sino que se dedicaron a hacer avanzar la ciencia en esas adversas condiciones. Eso mismo hicieron Ibáñez Martín y muchos tras la Guerra Civil. Como ya expresamos de una manera poco académica en nuestro trabajo de investigación, nuestros protagonistas acogieron el popular refrán de “con estos bueyes hay que arar” y descubrieron y/o impulsaron la labor científica de los que sí estaban en España continuando sus trabajos anteriores o emprendiendo nuevas líneas de investigación.



P. Ibáñez Martín estuvo al frente del Ministerio de Educación doce años (1939-1951). ¿Cómo valoran el trabajo alcanzado por el Consejo en ese tiempo?

R. El trabajo del CSIC durante el ministerio de Ibáñez Martín se puede resumir en prolífico, estable y conciliador. Prolífico en cuanto al número de publicaciones, departamentos, laboratorios, investigadores, pensionados, etc. Estable porque puso las bases para que no le afectasen (más que positivamente) el fin de la autarquía y la llegada de la democracia y continúe su labor tranquilamente en el 2016. Conciliador por la cantidad de puentes que intentó tender con las universidades, los centros educativos, los laboratorios, las instituciones extranjeras y las nacionales ya existentes, así como con la vuelta de científicos españoles de prestigio como el Premio Nobel Severo Ochoa y tantos otros. Los fastos de la conmemoración del X aniversario de la creación del Consejo con la sorprendentemente numerosa presencia de científicos extranjeros y el mayor número de premios Nobel que han coincidido en España en toda su historia, habla por sí sola (aun despojándola de la aureola propagandística con la que nos la han narrado) del trabajo y del talante del ministro José Ibáñez Martín.



Pie de foto. El libro se presentó anoche en el espacio UNE de la Librería del BOE (Trafalgar, 27. Madrid). Intervinieron: Juan Luis Jarillo Gómez, secretario del Centro de Madrid de la Asociación Católica de Propagandistas y secretario general de la Fundación Universitaria San Pablo CEU (c); José Antonio Ibáñez-Martín, catedrático de Universidad (d); y Alfonso V. Carrascosa (i), científico del MNCN-CSIC y director de la revista Arbor.