La edición digital está ahí y, qué duda cabe, supone una discontinuidad con los soportes tradicionales de la edición. Pero no hay nada nuevo bajo el sol: la misma discontinuidad supuso en su momento el ars artificialiter scribendi de maese Gutenberg, que quebraba una tradición milenaria de elaboración textual manuscrita. Encuentro que este es un pensamiento alentador. Como editores sensatos podemos tender puentes entre las dos orillas de la grieta digital y hacer que los lectores transiten por ellos sin miedo a mirar abajo. Leer artículo completo en Unelibros Otoño 2012, página 5.
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