martes, 18 de noviembre de 2014

Matiana González Silva: “Los periodistas deberían escudriñar el mundo científico como lo hacen con el de la política”

  • Autora del libro Genes de papel: genética, retórica y periodismo en el diario "El País" (1976-2006), publicado por el CSIC
Presentación Genes de papel / A.F.

Genes de papel estudia cómo el diario El País representó y presentó al público la genética humana a lo largo de treinta años cruciales, en los que no solo España se transformó profundamente tras dejar atrás cuarenta años de dictadura, sino que la genética humana misma dejó de ser una ciencia marginal y secundaria para convertirse en la gran estrella de la biología, depositaria de inversiones millonarias y rodeada de las más acaloradas controversias.



P. Dice usted que el periodismo científico es mucho más que la transmisión unilateral de conocimientos e informaciones. ¿En qué consiste ese “mucho más”?


R. Consiste en que la actividad periodística en ciencia –como en cualquier otro campo, por otro lado– no sólo “informa” al público de las actividades que llevan a cabo los científicos, sino que hace posible que los ciudadanos (a modo individual, o constituidos en diferentes grupos de poder) se involucren en las discusiones sobre el rumbo que debería tomar la ciencia. Al mismo tiempo, la visibilidad pública que dan los diarios es utilizada por los propios investigadores para conseguir determinados fines: desde atraer más recursos para su trabajo mediante la creación de un clima de opinión pública favorable, hasta dirimir controversias internas. No es una información neutral y aséptica, sino que está cargada de intereses y visiones del mundo, que moldean la manera en que se aborda periodísticamente el hecho científico, y a su vez termina por influir en el desarrollo de la ciencia misma.



P. ¿Cuáles son las etapas más destacadas del periodismo científico a lo largo de la historia?

R. El periodismo científico profesional, entendido como la búsqueda deliberada de comunicar al público la actividad científica y sus resultados, no surgió sino hasta el siglo XIX, cuando los científicos mismos se constituyeron como un grupo profesional. La primera asociación de periodistas científicos surgió en Estados Unidos en los años 20 del siglo XX. Ahora bien, a lo largo de todo este siglo, ha habido diferentes corrientes. Y si bien ha predominado un periodismo bastante hagiográfico y laudatorio, en clara alianza con la perspectiva de los investigadores, también ha habido modelos alternativos que han buscado, por ejemplo, exigir a la ciencia que rinda cuentas a la sociedad, o que escoja sus temas de estudio de acuerdo con los problemas más acuciantes de su momento.



P. ¿Cómo describiría el periodismo científico en el período que usted ha estudiado? ¿Qué elementos lo caracterizan?

R. En el estudio de caso que yo analizo, que abarca 30 años, se notan cambios importantes y también diferentes enfoques. Sobre todo en la cobertura de líneas de investigación en las que existía una comunidad científica española importante, el estilo es parecido a lo que uno encuentra a veces en el periodismo deportivo: un periodismo hagiográfico y celebratorio, cargado de promesas, poco cuestionador y que tiende a repetir simplemente el mensaje que las fuentes están interesadas en transmitir. Por el contrario, en temas que se percibían como más “internacionales”, vemos una aproximación mucho más crítica, dispuesta a cuestionar elementos más sociales de la actividad científica, incluyendo la manera en que se organizaban las ciencias biomédicas (cada vez más influidas por los intereses económicos), la fiabilidad de los investigadores, o la pertinencia misma de invertir en líneas de investigación carísimas pero a las que algunos no les veían tanto interés, como el mismísimo Proyecto Genoma Humano.



P. ¿Ha variado desde el año 2006 hasta hora? ¿En qué ha consistido esa variación?

R. Aunque no lo he estudiado tan a fondo, me parece que sí. Los medios de comunicación “tradicionales” (como la prensa escrita) ya no tienen el monopolio de otorgar o quitar la visibilidad a los actores sociales, entre ellos los científicos, y eso me parece fundamental. No hay un centro de investigación que se precie que no tenga su cuenta en twitter y su blog, y los canales se han multiplicado. Si eso favorece las discusiones democráticas sobre temas científicos, habrá que verse, pero lamentablemente, dudo mucho que así sea.



P. Usted ha estudiado la imagen que, durante 30 años, el diario El País transmitió de la genética humana. ¿Cuál fue esa imagen y cómo evolucionó?


R. Desde finales de los años 70s a los albores del siglo XXI, la genética pasó de mencionarse sólo tangencialmente, y percibirse como una ciencia marginal y secundaria, a ser la gran estrella de la biomedicina. Para ello fue fundamental su asociación con promesas, a veces desmedidas, de aplicaciones médicas y beneficios prácticos para la ciudadanía. En España, en los últimos años, fue notoria además la presentación de la genética como un motor para la economía, con la aparición pública de una nueva categoría social que los periodistas denominaron ‘científicos-empresarios’( lo que resulta muy significativo teniendo en cuenta cuán negativamente se mostraba la injerencia de intereses económicos en la creación de conocimiento tan solo unos años atrás). Pero también hubo numerosos textos que mostraron a la genética como una ciencia peligrosísima que podría incluso amenazar los derechos humanos abriendo la puerta hacia nuevos tipos de discriminación. Se trata de una imagen ambigua, que ya asocia a la genética como la llave para conocer la esencia humana, ya teme el poder de ese conocimiento, aunque también hubo quien calificó todo este entusiasmo como el fruto de una gran moda carente de interés verdadero.



P. Y desvela cómo se gestó. ¿Cómo? ¿Qué actores intervinieron y con qué intereses y objetivos?

R. Los actores son muchísimos, porque hay que contar no sólo los que aparecen en el periódico, sino los que fueron silenciados pero aún así buscaron visibilidad a través de canales alternativos, como las cartas al director. Los más importantes, son, claro, los periodistas y los mismos investigadores. En el caso que nos ocupa, es claro que los periodistas fueron estableciendo con el tiempo alianzas cada vez más fuertes con los genetistas, algunas veces cayendo en relaciones casi simbióticas. Aunque en algunos casos, como las notas sobre investigación que se llevaban a cabo fuera de España, hubo también largos reportajes que no sólo transmitían las promesas y las esperanzas, sino que desentrañaban cómo se estaba modificando la estructura tecnocientífica misma, abordando temas controvertidos como las patentes o los conflictos de intereses por parte de los investigadores. Además de reporteros e investigadores, hubo también muchos otros actores: filósofos, juristas, escritores y columnistas en general hablaron de la genética humana de modo recurrente, y los propios lectores expresaron sus opiniones a través de las cartas al director o de quejas concretas enviadas al Defensor del lector del diario.



P. ¿Cuál fue el papel del propio periódico?

R. El periódico ‘enmarcó’ las noticias de manera cada vez más positiva, y contribuyó sin duda a que la genética humana no sólo tuviera mucha visibilidad, sino una imagen de la genética cargada de esperanzas. Ayudó además a los genetistas locales en sus esfuerzos por conseguir más apoyo público, criticando abiertamente las acciones gubernamentales a este respecto y la falta de un plan nacional para promover la genética humana en España. Así pues, abonó al clima de entusiasmo genético que se vivió sobre todo a finales de los años noventa y en los meses que rodearon la finalización del Proyecto Genoma Humano, y no sólo eso, sino que dio a conocer servicios nuevos, como los diagnósticos genéticos, contribuyendo a su implantación tanto a nivel privado como en la sanidad pública en España. Lo que hizo menos fue promover una discusión abierta y plural sobre la conveniencia de privilegiar la genética humana sobre otras ramas de la biología, lo que demuestra que una mayor visibilidad, o a un mayor número de noticias, no necesariamente significa un debate democrático más rico.



P. ¿Qué reflexiones aporta su obra para los periodistas científicos?

R. Una frase que digo para terminar el libro, y que me gusta repetir, es que, si cualquier periodismo es un acto político, el periodismo científico, también. No hay una sola manera de hacer periodismo científico “bien hecho”, sino que los temas a los que se le da importancia, desde qué ángulo se aborda una noticia, qué se pregunta o a quién se entrevista, son siempre una elección. No es lo mismo decir “los investigadores acaban de descubrir tal cosa, que es maravillosa porque traerá tales y tales beneficios”, que hacer un reportaje sobre las políticas científicas, la manera en que se establecen las prioridades, los presupuestos, las patentes o las dificultades a los que se enfrentan los investigadores en el día a día de su trabajo. En resumen, uno puede informar de los resultados como si fueran una revelación divina, forjando una imagen de la ciencia como sobrenatural e inalcanzable, y desalentando por lo tanto la participación ciudadana en un asunto que, de hecho, nos concierne a todos, o puede informar de ‘cómo se hace la ciencia’, con todos sus conflictos y sus controversias. Personalmente, pienso que los periodistas deberían escudriñar el mundo científico como lo hacen con el de la política, con un verdadero periodismo de investigación y con una agenda propia e independiente de la de los propios investigadores.



P. ¿Y para los investigadores?

R. Creo que el libro muestra lo que los científicos ya saben: que no pueden vivir de espaldas a la sociedad, y lo importante que resulta tener una buena imagen pública. Históricamente, los científicos han sabido muy bien utilizar a los medios a su favor, y este estudio de caso es una muestra de ello. Conseguir apoyos para su trabajo, me parece una aspiración más que legítima, pero al mismo tiempo, pienso también que los investigadores deberían asumir que todo aquel que está expuesto al público, está expuesto también a la crítica, y que en la medida en que su trabajo se financia con recursos públicos, deben estar dispuestos a pagar el coste que eso implica en términos de escrutinio y de rendición de cuentas al conjunto de la sociedad.



P. ¿Y para la sociedad?

R. Esta es la reflexión que me parece más importante. La sociedad en general percibe a la ciencia como algo que debe estar sólo en manos de expertos, a los que sólo se debería admirar. Pero en realidad, como en cualquier otro tema relacionado con la ‘cosa pública’, los ciudadanos no sólo pueden, sino que deberían involucrarse en las discusiones que atañen al rumbo que toma la ciencia. No digo que se someta al voto público las ecuaciones de la teoría de la relatividad, ni mucho menos. Pero sí que la ciencia es una actividad social como cualquier otra, y que no debería por lo tanto permanecer más aislada que el resto. ¿Si se discuten los contenidos de la escuela pública en las innumerables leyes de educación, por qué no se discuten las políticas científicas con el mismo entusiasmo? ¿Por qué los ciudadanos estamos dispuestos a dejar nuestro sistema científico sólo en manos de los mismos investigadores, que son juez y parte? Hay numerosos temas que nos atañen a todos. Desde los límites a la investigación por motivos éticos, hasta las decisiones que hay que tomar basándonos en evidencias científicas que muchas veces no son concluyentes, como sucedió durante años con el cambio climático o, antes de eso, con las sospechas de que el humo de los cigarrillos era nocivo para la salud de los no fumadores. Y en esto, los periodistas tienen un papel fundamental qué jugar. La ciencia no se entiende si se conocen sólo sus resultados, y algo que no se entiende, es algo sobre lo que no se puede opinar.

Pie de foto: El libro se presentó anoche en el espacio UNE de la Librería Científica del CSIC. Intervinieron (de izqda. a dcha.): José Manuel Prieto Bernabé, Editorial CSIC ; Malen Ruiz de Elvira, ex corresponsal científica de El País; la autora, Matiana González Silva; María Jesús Santesmases, investigadora del CSIC; y José Luis Peset, director de la Colección Estudios sobre la Ciencia – CSIC.